miércoles, 14 de septiembre de 2016

La Morenica con Murcia

“Beso de los labios que sienten anhelos
de misericordia, conjuro del mal.
Estrella que un día cayó de los cielos
para que en la Vega florezca un rosal”

Querida Madre:

No sé por donde empezar esta carta. Hoy, el día después de tu multitudinaria romería, toca hacer un repaso a cuanto aconteció ayer, pero hay que hacerlo a la altura de las circunstancias, pues todo lo vivido es inenarrable. Pensando qué podría decir en esta entrada, me ha venido la idea de escribirte unas letras, como cuando un hijo le cuenta sus cosas a una madre.

Diría que todo comenzó ayer cuando saliste de la Catedral, pero mentiría, todo comenzó antes, la tarde anterior ya se antojaba triste. - “¿Madre, tienes que volver a tu casa del monte? Quédate junto a nosotros”- estas palabras resonaron en mi corazón cuando entre al altar mayor del templo catedralicio a verte, a despedirte, a mandarte mi beso cariñoso, y al igual que yo, cientos de murcianos que no querían que te fueras sin despedirte.

Esa misma noche, primero la Tuna y después la Cuadrilla de Patiño y algunas peñas huertanas se sumaron a la despedida, y lo hicieron de la mejor forma que saben, cantándote y piropeándote.

Madre, al día siguiente, por la mañana temprano, eran miles de personas las que abarrotaban la Plaza y cientos de afortunados los que consiguieron entrar a despedirte en el interior de la catedral. Comenzaste un camino en el que nadie te quiso dejar sola, ni el niño más pequeño, que con sus primeras palabras te dice ¡GUAPA!, ni tampoco el anciano que al pasar junto a ti se persigna y derrama lagrimas de emoción. ¿Y quien no llora al ver tu hermosa cara?, pues todos en algún momento dejamos escapar una lagrima.

La mañana parecía correr a prisa y sin darnos cuenta cruzaste el puente, pasaste el Carmen, las vías del tren detuvieron por poco tu camino, saludaste al apóstol Santiago, llegaste al acogedor Barrio del progreso, subiste el puente del Reguerón, y llegaste a Algezares. En todo el trayecto fueron miles las personas que te arroparon, algunas cuadrillas amenizaron el camino ofreciéndote sus cantos y bailes, centenares de velas alumbraban tu camino y promesas descalzas te acompañaban. Millones de pétalos cayeron sobre tu bendita imagen, innumerables flores fueron depositadas a tus plantas y cientos de niños fueron presentados para que los acojas bajo tu maternal protección.

Y llegaste a las cuestas que dan solemne entrada a tu Santuario, todos te esperábamos entre vivas, piropos y aplausos. Las monjas te hicieron su tradicional ofrenda de pólvora, para anunciar a la vega que su bendita Madre volvía junto a ellas.

Tengo que ir acabando esta carta, pero no quiero despedirme sin poner delante de tu rostro a todos tus hijos y suplicar por ellos:

-          Te pido por las Madres que lloran por sus hijos que no encuentran trabajo o ya no las quieren.
-          Te pido por los hijos que se angustian por la enfermedad de quienes les dieron la vida y ahora han perdido las fuerzas.
-          Te pido por las viudas y los viudos, que cada noche encuentran la cama vacía. Dales el consuelo y la esperanza.
-          Te pido por los niños y jóvenes, desorientados por una sociedad que no les ofrece más que unas gotas de felicidad barata. Y que necesitan escuchar de ti estas palabras “Haced lo que Jesús os diga”
-          Te pido por los enfermos que luchan por su vida y su salud, que depositan sus dolencias a tus pies.
-          Te pido, finalmente, por las familias que han perdido recientemente a un ser querido, ampáralos y sostenlos con la esperanza.

María, Madre mía, sigue mirándonos con ojos misericordiosos, con esa sonrisa que inunda de paz nuestros corazones y conserva siempre bajo el mato protector de tu corazón a los que más quiero: mi familia y mis amigos.

Señora, ya solo cuento los días para volver a veros, será pronto, pues aunque tu no bajes a la ciudad, somos muchos los que subimos a verte a tu Santuario.
 Y con la esperanza puesta en que con el final del invierno volverás a bajar a tu ciudad, me despido.

Madre yo no siempre te he venerado con el nombre de María de la Fuensanta pero la vida me ha llevado a conocerte y a quererte también con este dulce nombre. Por eso y aunque ni si quiera soy murciano, mis labios quieren terminar esta carta diciéndote:

¡VIVA LA VIRGEN DE LA FUENSANTA!
¡VIVA LA PATRONA DE MURCIA!
¡VIVA NUESTRA REINA!
¡VIVA LA MADRE DE MURCIA Y SU HUERTA!
¡VIVA LA MADRE DE DIOS!

Y por que lo eres… ¡¡¡GUAPA, GUAPA Y GUAPA!!!

Un beso muy fuerte Madre, y hasta pronto. Tu hijo que te quiere, S.N.P.



































































































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