“Beso de los labios
que sienten anhelos
de misericordia,
conjuro del mal.
Estrella que un día
cayó de los cielos
para que en la Vega
florezca un rosal”
Querida Madre:
No sé por donde empezar esta
carta. Hoy, el día después de tu multitudinaria romería, toca hacer un repaso a
cuanto aconteció ayer, pero hay que hacerlo a la altura de las circunstancias,
pues todo lo vivido es inenarrable. Pensando qué podría decir en esta entrada,
me ha venido la idea de escribirte unas letras, como cuando un hijo le cuenta
sus cosas a una madre.
Diría que todo comenzó ayer
cuando saliste de la Catedral, pero mentiría, todo comenzó antes, la tarde
anterior ya se antojaba triste. - “¿Madre, tienes que volver a tu casa del
monte? Quédate junto a nosotros”- estas palabras resonaron en mi corazón cuando
entre al altar mayor del templo catedralicio a verte, a despedirte, a mandarte
mi beso cariñoso, y al igual que yo, cientos de murcianos que no querían que te
fueras sin despedirte.
Esa misma noche, primero la Tuna
y después la Cuadrilla de Patiño y algunas peñas huertanas se sumaron a la
despedida, y lo hicieron de la mejor forma que saben, cantándote y
piropeándote.
Madre, al día siguiente, por la
mañana temprano, eran miles de personas las que abarrotaban la Plaza y cientos
de afortunados los que consiguieron entrar a despedirte en el interior de la
catedral. Comenzaste un camino en el que nadie te quiso dejar sola, ni el niño
más pequeño, que con sus primeras palabras te dice ¡GUAPA!, ni tampoco el
anciano que al pasar junto a ti se persigna y derrama lagrimas de emoción. ¿Y
quien no llora al ver tu hermosa cara?, pues todos en algún momento dejamos
escapar una lagrima.
La mañana parecía correr a prisa
y sin darnos cuenta cruzaste el puente, pasaste el Carmen, las vías del tren
detuvieron por poco tu camino, saludaste al apóstol Santiago, llegaste al
acogedor Barrio del progreso, subiste el puente del Reguerón, y llegaste a
Algezares. En todo el trayecto fueron miles las personas que te arroparon,
algunas cuadrillas amenizaron el camino ofreciéndote sus cantos y bailes,
centenares de velas alumbraban tu camino y promesas descalzas te acompañaban.
Millones de pétalos cayeron sobre tu bendita imagen, innumerables flores fueron
depositadas a tus plantas y cientos de niños fueron presentados para que los
acojas bajo tu maternal protección.
Y llegaste a las cuestas que dan
solemne entrada a tu Santuario, todos te esperábamos entre vivas, piropos y
aplausos. Las monjas te hicieron su tradicional ofrenda de pólvora, para
anunciar a la vega que su bendita Madre volvía junto a ellas.
Tengo que ir acabando esta carta,
pero no quiero despedirme sin poner delante de tu rostro a todos tus hijos y
suplicar por ellos:
-
Te pido por las Madres que lloran por sus hijos que no
encuentran trabajo o ya no las quieren.
-
Te pido por los hijos que se angustian por la
enfermedad de quienes les dieron la vida y ahora han perdido las fuerzas.
-
Te pido por las viudas y los viudos, que cada noche
encuentran la cama vacía. Dales el consuelo y la esperanza.
-
Te pido por los niños y jóvenes, desorientados por una
sociedad que no les ofrece más que unas gotas de felicidad barata. Y que
necesitan escuchar de ti estas palabras “Haced lo que Jesús os diga”
-
Te pido por los enfermos que luchan por su vida y su
salud, que depositan sus dolencias a tus pies.
-
Te pido, finalmente, por las familias que han perdido
recientemente a un ser querido, ampáralos y sostenlos con la esperanza.
María, Madre mía, sigue mirándonos
con ojos misericordiosos, con esa sonrisa que inunda de paz nuestros corazones
y conserva siempre bajo el mato protector de tu corazón a los que más quiero:
mi familia y mis amigos.
Señora, ya solo cuento los días
para volver a veros, será pronto, pues aunque tu no bajes a la ciudad, somos
muchos los que subimos a verte a tu Santuario.
Y con la esperanza puesta en que con el final
del invierno volverás a bajar a tu ciudad, me despido.
Madre yo no siempre te he
venerado con el nombre de María de la Fuensanta pero la vida me ha llevado a
conocerte y a quererte también con este dulce nombre. Por eso y aunque ni si
quiera soy murciano, mis labios quieren terminar esta carta diciéndote:
¡VIVA LA VIRGEN DE LA FUENSANTA!
¡VIVA LA PATRONA DE MURCIA!
¡VIVA NUESTRA REINA!
¡VIVA LA MADRE DE MURCIA Y SU
HUERTA!
¡VIVA LA MADRE DE DIOS!
Y por que lo eres… ¡¡¡GUAPA,
GUAPA Y GUAPA!!!
Un beso muy fuerte Madre, y hasta
pronto. Tu hijo que te quiere, S.N.P.
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